La sede
El Palacio Bauer, fue construido en el siglo XVIII para residencia de los marqueses de Guadalcázar sobre un solar que antes había pertenecido al Noviciado de la Compañía de Jesús. A finales del siglo XIX la familia de banqueros Bauer adquirió el palacio, encargándole al arquitecto Arturo Mélida y Alinari la reforma y decoración de edificio.
Los Bauer, banqueros hebreos, representaban en España a la Banca Rothschild, nombre que basta para señalar su importancia no sólo financiera, sino también social, porque esa dinastía europea, así titulada, ejerció un auténtico mecenazgo. El Madrid que ya antes de la guerra del 14 se había hecho algo europeo con la construcción del Ritz y Palace, vive en ciertos salones brillantes un afán de fiesta que, en sus aspectos de mayor finura, venía estimulado por el exquisito gusto de la reina Victoria Eugenia. Pero ya antes Palacio Valdés sitúa en su novela Sinfonía Pastoral el salón de los Bauer como uno de los más elegantes.
La casa de los Bauer se hizo famosa por lo que monopolizaba entonces la fiesta: el gran baile de gala, del que tan golosos eran cronistas de sociedad de tanta fama e influencia como Ignacio Escobar, marqués de Valdeiglesias, firmando bajo el seudónimo de Mascarilla. Hubo, sin embargo, reuniones más intimas, preferidas por los artistas. Concretamente: no es que hubiera música en los salones, sino que se crea el salón de los músicos. Con medios no grandes, pero en casa antigua y preciosa plaza del Cordón y con refinada cortesía, Enrique Fernández Arbós recibía a los músicos importantes que pasaban por Madrid. El gusto musical de las dos reinas, María Cristina y Victoria Eugenia, llevaba también, de vez en cuando, a Palacio, músicos como Pablo Casals y Arturo Rubinstein. En un libro del propio Sopeña, se recuerdan cómo las dos Reinas, hicieron instalar un teléfono dentro del escenario del Real para oír las óperas fuera de los días de Corte. En el medio, el salón de los Bauer era para la música como un lujo, pero sin demasiada etiqueta: una música de salón que participaba de muy buenas herencias de la música de cámara. Era un salón excepcional, porque en los salones madrileños más encopetados se pasaba de la tertulia a los famosos grupos de teatro de aficionados, impulsados por aristócratas autores como el marqués de Luca de Tena; no debe olvidarse que al lado de la ópera en el Real como gala del Estado, y como gala social estaba la pasión por el teatro, incluida la zarzuela, pues el mismo Luca de Tena escribió el libreto de El huésped del Sevillano.
Pero tras este esplendor, llegó la terrible crisis del 29 que, aunque con menos repercusión en España, supuso el comienzo de la decadencia de la vida de los salones, y se acusó definitivamente con la República: se cierran muchos hoteles del paseo de la Castellana, hay un clima de temor y de inseguridad. La vida cultural, música incluida, se centra más en lo oficial o en instituciones donde mandan profesores e incluso financieros, pero donde el concierto, la conferencia o la tertulia son bien distintos al ambiente de elegancia del salón: basta con recorrer las páginas de sociedad de periódicos como La Época, dirigida por el citado Valdeiglesias, para darse cuenta de que no estaba el horno para bollos. Algo parece reanimarse la vida social después de las elecciones de 1933; Valdeiglesias puede contar alguna función de teatro doméstico en casa de los Luca de Tena, pero, el tono ha cambiado: la misma muerte de la duquesa de Alba, en plena juventud, parece como premonitoria. Los Bauer, precisamente por su mecenazgo, no estaban lejos de tertulias como las del Ateneo, ni de escritores como Azaña y Rivas Cherif, que luego serían protagonistas relevantes de dentro de la acción política de este país.
Esta crisis internacional llevó a la familia Bauer a abandonar España y a vender las propiedades que aquí poseían.
En 1940 fue adquirido por el Estado como la sede del Real Conservatorio de Música y Declamación. En 1952 fue instalada, temporalmente, la Escuela de Arte Dramático y Danza, para en 1966 trasladarse, ambas instituciones, al Teatro Real. En 1972 fue declarado Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento, y al año siguiente el arquitecto Manuel González Valcárcel se encargó de reformarlo, y desde entonces el palacio acoge las dependencias de la Escuela Superior de Canto.